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El efecto Fairy

Estamos en época de cenas de empresas y con ellas llega uno de los máximos retos a los que se enfrentan las personas situadas en alguna posición jerárquica por encima del empleado de a pie. No me refiero al control de su ingesta de alcohol, tampoco al uso comedido de esas supuestas dotes para el baile que podrían hacer perder el respeto de su equipo al más pintado ( o a la más pintada) y no solo durante el evento corporativo sino para siempre, y mucho menos hablo de los flirteos furtivos aprovechando la erótica del poder.

Todos estos retos, aunque también críticos, entran más dentro de la gestión del ámbito privado de cada uno. Al que yo me refiero es a uno de esos retos tipo “¿quién fue primero, la gallina o el huevo?” a los que se enfrenta el manager en la relación con sus colaboradores. Me refiero, tal y como dicta el título de este artículo, al “efecto Fairy”

Gota de Fairy EBC

Por si alguno aún no conoce a qué se refiere este popular término empezaré por explicar que el “efecto Fairy” es aquel que se produce, normalmente en eventos fuera de la oficina, cuando un manager se introduce a charlar animosamente entre un circulo integrado por sus empleados y estos se van retirando disimuladamente (o eso piensan) hasta dejarle sólo en el centro como si fuera una gota de Fairy que hubiera caído en una sartén llena de grasa.

El origen de este fenómeno proviene, como tantos otros, de los malos hábitos adquiridos en nuestra época escolar, es decir, de una mala educación. En el colegio aprendimos que quien habla con el profesor durante el recreo no puede ser otra cosa que un pelota y cuando nos hacemos mayores extrapolamos el concepto y decidimos que el que habla mucho con su manager fuera de la oficina sólo puede ser un pelota o, peor aún, un trepa.

(Advertencia: momento abuelo Cebolleta) Yo recuerdo mis primeros días como manager y la sorpresa que me producía como alguna gente de mi equipo con la que unos meses antes compartía copas y chascarrillos, a los que incluso consideraba amigos, se mostraban algo incómodos ahora en mi presencia o directamente la eludían haciéndome un “efecto Fairy” de manual. En un primer momento me pareció algo injusto porque sentía que no había hecho nada que me hiciera merecedor de ese trato, entonces empecé a reflexionar sobre cómo había tratado yo a mis managers hasta ese momento y tuve admitir que aunque fuera desde un punto de vista kármico, algo merecido sí que lo tenía. (Fin de la anécdota)

Como cambiar el modo en que fuimos educados parece complicado sin una máquina del tiempo hay que buscar fórmulas que reviertan estas creencias limitantes heredadas. De no hacerlo se corre el riesgo, como sucede en la mayoría de las empresas, de que proliferen las relaciones endogámicas entre jefes por un lado y entre empleados por otro, relaciones en las que por cierto es fácil que se produzca la crítica (incontestable) hacía los miembros del grupo distinto al nuestro. Esto a la larga produce managers alejados de la realidad del día a día y empleados alejados de la visión estratégica de los puestos de mandos, lo que evidentemente no redunda en beneficio de la compañía.

A la hora de buscar estas soluciones el mayor responsable no tiene que ser el de más alto rango sino el primero que tome consciencia de lo pueril y poco beneficioso de este tipo de relación (por ejemplo tú que estás leyendo esto). Si bien es cierto que el jefe tiene en su mano más recursos para “forzar” el cambio: organizar eventos que faciliten la integración, salir a comer de vez en cuando con la gente de su equipo, etc… Vencer estas creencias limitantes requiere de paciencia y constancia, y, por supuesto, estar dispuesto a salir de esa zona de confort que son las relaciones endogámicas. Pero sobre todo requiere de dos elementos claves: naturalidad y genuino interés por los demás. Suele ser tentador tratar de utilizar ese tiempo compartido para defender tu gestión o trasladar tu mensaje, pero la ocasión es única sobre todo para conocer a la gente con quién trabajas, sus preocupaciones, sus miedos, las cosas que les divierten, lo que los motiva… No creo que sea casualidad que los grupos más eficientes y de más alto rendimiento de los que he formado parte fueran también los que lograban mantener una mejor relación cuando traspasaban las puertas de la oficina (esto merece un post aparte otro día).

Conocer mejor a los demás nos hace ser más empático con ellos y facilita la manera de trabajar a su lado. Los silos sólo producen fricción y a la larga rupturas. Así que si estás leyendo esto y tienes cena navideña en los próximos días, prueba a romper tus creencias limitantes y déjate sorprender por esas personas con la que tienes que compartir más de ocho horas de tu vida al día.

Un deseo para el año que viene: Ni gota de Fairy en buena compañía.

Jesús Garzás

3 Comments

  1. Cuanta razón tienes, lo que mejoran las relaciones personales y laborales en los equipos cuando se comparten momentos fuera de la oficina (debería haber más “Asadores Emeterio” por el mundo :-)
    Saludos, Jesús R.

  2. El Emeterio… todo un clásico al que deberíamos volver de vez en cuando a recordar viejos tiempos. Un abrazo!

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