Si me llegan a decir hace 20 años que acabaría trabajando con una LXP sin duda habría creído que, con ese nombre, la profecía hacía referencia a la posibilidad de compartir tareas con un droide de los de “La Guerra de las Galaxias.”
Así que para evitar malentendidos desde el principio, comenzaré diciendo que, por si alguien no lo sabe, las palabras que esconde esta sigla inglesa son “Learning”, “eXperience” y “Platform”; y que, como en las ecuaciones que nos tocaba resolver en el colegio, la solución a nuestros problemas la obtendremos despejando la “X”.
No es casual que se hable tanto de la experiencia de usuario. A pesar de que nuestros días tienen las mismas horas que han tenido a lo largo de la historia gracias a la velocidad constante con la que nuestro planeta gira sobre su eje, el tiempo parece el bien más escaso de esta época que nos ha tocado vivir. Y, como consecuencia de ello, la paciencia se ha convertido en una virtud en desuso.
Lo quiero todo. Lo quiero rápido. Lo quiero entretenido. “Aburrirse es de necios” es el lema de los que viven en una ansiedad constante, consumen series a velocidad “x8”, y tienen fijada ya una cita con el infarto en el futuro. Y aunque a mí me aburre esta actitud, soy consciente de que no puedo ignorar lo que pasa a mi alrededor.
El aprendizaje no es la excepción. Quizás la culpa la tuvo “Matrix” por hacer creer a algunos que el conocimiento se puede implantar en tu cerebro a la velocidad con la que se carga un programa de ordenador… y puede que en algún caso sea así, pero en todo caso sería a la velocidad con la que se cargaba un juego en el Spectrum de 48K (nota para lo millennials: metías la cinta de casette, dabas intro, te ibas a merendar con tus amigos, veías crecer los geranios de su madre, regresabas, y con suerte el juego te podía esperar en la pantalla, aunque en muchos casos lo que te esperaba era un mensaje de “tape loading error” que te hacía empezar de cero).
Hoy la gente quiere aprender todo, quiero hacerlo rápido, y quiere que sea entretenido. Nadie (en su sano juicio) cuestiona la importancia del aprendizaje en una sociedad donde el cambio y la velocidad de rotación de la Tierra se han convertido en las únicas constantes fiables.
Eso sí, se produce una tremenda paradoja, porque queremos aprender, pero no tenemos tiempo para ello, o, traduciendo esta manida frase-excusa a términos realistas, tenemos otras prioridades.
Las LXPs han llegado para facilitar la vida a los que tienen ganas de aprender y para desmontar excusas a los más remolones. Sin querer entrar a hacer un análisis pormenorizado, porque eso alargaría la duración recomendada de un post, daré tres razones que justifiquen mi afirmación, y pongan de relieve su “X” de experiencia usuario.
En primer lugar, y este valor es objetivo, sirven para integrar todos los recursos de aprendizaje en un único lugar, lo cual redunda también en un ahorro de tiempo, ese preciado bien. Ya no hay que pensar más a qué dirección web tenía que ir, qué aplicación tenía que abrir, o qué timbre tenía que picar. Tu LXP se convierte en la puerta de acceso a todas las fuentes de adquisición de conocimientos disponibles en tu organización … y más allá.
En segundo lugar, presenta un interfaz amigable y atractivo que invita al consumo de contenidos… especialmente si lo comparamos frente al del LMS (Learning Management System) tradicional que suele estar más orientado a la pura administración, predominando la funcionalidad (y en algunos casos esto incluso estaría en entredicho) sobre el diseño, y presentando una imagen, por calificarla de algún modo no muy ofensivo, anodina. En el mundo del entretenimiento (cine, literatura…) saben perfectamente de la importancia de un título y una portada para atraer a la audiencia… ¿Por qué no nos aplicamos el cuento en el mundo de la formación y el desarrollo? Al cerebro también se llega por los ojos.
En tercer lugar, nuestra LXP democratiza la construcción de itinerarios formativos y su compartición, permite exprimir esa herramienta humana tan potente llamada colaboración tanto para aumentar la calidad del material que vamos a poner a disposición de los alumnos como para distribuirlo después. El conocimiento cuando se comparte se multiplica exponencialmente. Por tanto, esta opción es la que puede llevar el aprendizaje a otro nivel nunca alcanzado antes. Desde cualquier sitio y en cualquier momento, siempre al alcance de tu mano (es decir, de tu móvil).
La mala noticia es que los itinerarios formativos ni se crean ni se comparten solos. Como en casi todo en esta vida, es necesario invertir tiempo de calidad en sembrar y regar para luego recoger frutos. Hasta la Inteligencia Artificial, ese componente tan comercial que los proveedores de las LXPs suelen poner en lugar preferencial de su publicidad, necesita ser alimentada con datos e interacciones de calidad para que sus sugerencias tengan los resultados que se esperan de ella. Con la IA, también hay que colaborar.
La buena noticia es que, si al principio se hace esta inversión de tiempo de siembra, de creación de contenidos de interés, de colaboración… la expansión del conocimiento y la magia de la IA sí puede llevar el aprendizaje de tu organización al nivel soñado y a una gran velocidad. Es decir, un esfuerzo inicial es clave para crear la inercia adecuada que con un poco de riego de vez en cuando nos permita después poder crecer y desarrollarnos más, en menos tiempo.
En resumen, la LXP, o generalizando, la tecnología, es ese vehículo cada vez más potente que puede llevar a sitios donde antes no habías llegado, pero para conseguirlo al principio debes invertir tiempo para conocerlo, y después conducirlo lo suficiente para mantener el motor a punto. La interacción humana es la clave del éxito. Porque, si lo tienes en un garaje, un Seiscientos y un Ferrari te valen para lo mismo.
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